sábado, 12 de noviembre de 2011

LEÑA AL FUEGO, DE JOSÉ L. GARCÍA MARTÍN


Este García Martín es un escritor formidable, aunque haya acumulado mayor fama como crítico literario riguroso y más o menos encarnizado. Su fructífero blog (cafearcadia.blogspot.com) por sí solo ya bastaría para probar que es un pensador reflexivo y un escritor más que interesante. Pero además están sus libros y su polifacética labor como crítico (ya está dicho), poeta, memorialista, profesor de literatura, bloguero (ya dicho), diarista, prologista y hasta editor.

Es buen ejemplo este Leña al fuego, bonito título para un libro de diarios. Le tiene cogido el tono a ese género de diarios o memorias o crónica de la vida cotidiana o como se quiera llamar.

Ya en la primera frase del prólogo declara su intención: “De los diarios íntimos lo que menos me interesa es lo que tienen de íntimo”. En consecuencia, las páginas que siguen luego son más bien memoria, muchas citas fruto de muchas lecturas, viajes y ciudades (“El azar es el mejor amigo del viajero irresponsable…”), encuentros con escritores, anécdotas, experiencias, pensamientos y -por encima de todo- literatura. Ya casi al final del libro se autocalifica “… ¿Soy poeta? (…) ¿Soy crítico? (…) ¿Cómo me calificaría yo a mí mismo? Como lector. Me imagino perfectamente sin escribir; me cuesta imaginarme sin un libro en las manos.”

Pero su trayectoria le corrige. Lector y escritor. Así pues, recomendación repetida: (cafearcadia.blogspot.com) un blog muy literario; un literato muy bloguero.

LA SANGRE DEL POBRE, DE LEON BLOY


“La sangre del pobre es el dinero”. Así arranca este corto ensayo del hipercatólico autor, maldito en su época. Aunque sea desde su postura casi apostólica, el mensaje de Bloy es sencillo y de triste actualidad: hay gran maldad en la riqueza y el que tiene mucho es porque se lo está quitando a muchos otros. Hoy, un siglo después de sus augurios, ¿qué no escribiría el apocalíptico autor ante un tormentoso mundo más lleno que nunca de injusticias y desigualdades, de miseria y hambre? ¿qué pensaría de la indecencia del capital, de los perversos especuladores, de los todopoderosos mercados?

Estamos ante un defensor incansable de los pobres y excluidos, que vivió la miseria en sus carnes, que vislumbró una era de catástrofes y que atacó con violencia la codicia de los ricos. Pero lo admirable es la forma en que lo hizo, la virulencia de su lenguaje, su estilo exaltado, exageradamente duro, altanero, siempre reprobatorio, que nunca deja impasible. No escribe, grita. Por eso sus textos zarandean al lector. Por eso lo mejor en su caso es citarle: “La Pobreza es lo Relativo –privación de lo superfluo-; la Miseria es lo Absoluto –privación de lo necesario.” “Para conocer lo que es el sufrimiento, hace falta haber sido amamantado y mecido en la cuna por el Dolor, por el dolor genuino que es la miseria”. A los ricos: “Tu dinero, fruto de sangre y de lágrimas, está siendo probado por el fuego que falta a los hijos de los pobres cuando nieva” o “¡Ese dinero no es suyo y lo debe restituir a los pobres! ¡Usted no puede retenerlo sin ser el más cobarde y el más abominable de los bellacos…!

Escritor insobornable (“Yo puedo alquilar mi tijera; pero mi pluma no debe pertenecer a nadie más que a mí”) Escritor denso, profundo. Prosa brillante, desmesurada.

martes, 1 de noviembre de 2011

BOLA DE SEBO, DE GUI DE MAUPASSANT



Una narración maestra de un maestro de la narración. Maupassant, tal vez hijo natural de Flaubert, pero, con todo, dignísimo epígono de su mentor o padre, se crece en las medias distancias. Nos recuerda, apreciación totalmente subjetiva, al Flaubert sumario, mediofondista, de los Tres cuentos. La presente es una nouvelle, término de mal traducir a nuestra lengua. "Cuento" no sólo tergiversa, sino que le queda pequeño, y "novela", pese a la identidad fonética, le sobra. Bola de sebo describe y cosifica desde buen comienzo a la protagonista, a su pesar. Se trata de una prostituta oronda (eran otros los cánones vigentes) que viaja en diligencia por el norte de Francia durante la guerra francoprusiana. Su pasión (nutricia, no profesional)ha previsto comida y bebida en abundancia. Sus compañeros de viaje, una nutrida representación de la dignidad republicana, no. Ninguno de ellos, burgueses pero hambrientos al fin y al cabo, hará ascos a lo que la meretriz les ofrece con un corazón acorde a sus carnes. Cuando un oficial alemán exige su sacrificio para obtener un salvoconducto, a la sociedad en miniatura no le temblará el pulso para sugerir el cumplimiento de un deber patriótico. Qué más da, si es su oficio. La hipocresía y la dignidad (falsa) viajarán, rodilla con rodilla, en la diligencia, tan incómoda como antes. Así todo vuelve a ser comme il faut, pues qué se habían pensado.