martes, 29 de junio de 2010

MENDEL EL DE LOS LIBROS, DE STEFAN ZWEIG


En un café de la ciudad de Viena tenía su “cuartel general” Jakob Mendel. Allí, cada día, en la misma mesa, a todas horas, leía sus libros aquel extraño personaje, ensimismado y abstraído, obsesivo y sabio. Conocía cada tomo, cada ejemplar, cada manuscrito y todos los datos, informes, catálogos, materias. Sabía todo de los libros, sus dioses, merced a una memoria infalible ejercitada “…por medio del eterno secreto de cualquier perfección: la concentración”.

Un funesto día es arrestado –inmigrante ruso, judío, en Viena, primeros años del siglo XX- deportado a un campo de concentración y privado de sus adorados libros, separado de “su mundo superior y único” y sometido, en consecuencia, a un sufrimiento espiritual que le abocó a la demencia y la muerte.

Un pequeño relato de uno de tantos casos de castigo y extrañamiento, en la Europa de aquella época. Un librito delicioso, editado por Acantilado, que nos permite recordar la prosa elegante, clara y precisa de Zweig. Esa misma editorial ha recuperado casi todas las grandes novelas del magnífico escritor, sus ensayos y sobre todo sus deslumbrantes memorias tituladas “El mundo de ayer”, cada vez más aconsejables para entender la Europa de entonces y de ahora.

Zweig forma parte de una prodigiosa pléyade de artistas, intelectuales y humanistas centroeuropeos que florecieron en un periodo y un lugar determinados: época de entreguerras, Austria. Cantidad y calidad. Nunca se ha dado un fenómeno similar: Joseph Roth, Kafka, Musil, el propio Zweig y un largo etcétera. Una generación de escritores “mayores” con los que no resistiría comparación posible ningún exitoso autor del top ten actual. Muchos de aquellos talentos, por cierto, acabaron trágicamente porque les resultó insoportable el mundo que les tocó vivir. Espíritus libres, inquietos, sensibles y cultos que no superaron la guerra y el nazismo. Como Mendel el de los libros.

jueves, 24 de junio de 2010

LA POESÍA DE LOS TROVADORES, antología a cargo de MARTÍN E ISABEL DE RIQUER



Cuando un poeta se plantea escribir sobre nada de nada diciendo "farai un vers de dreit nien", además de un acto de orgullo intelectual, está poniendo en su lugar una cultura laica y sofisticada que nace ya adulta. Guilhem de Peitieu, el primer trovador conocido, conde de Aquitania, canta al amor romántico, siempre adúltero e inspirado por una dama de alta alcurnia, pero también alardea de proezas sexuales con mozuelas desaprensivas: "tant las fotei com auzirets/cent e quatre-vinz et ueit vetz" (Las follé tanto como vais a oir: ciento ochenta y ocho veces).

Ser trovador significa ser de origen noble y tener elevado ingenio, capaz de conjuntar "vers" y "so" (letra y música). Juglares de mayor o menor talento se encargaban de difundir las "cansos" por un territorio que se extendía desde el actual Midi francés al norte de Italia, incluyendo también los reinos de Aragón y de Navarra. Los "trouvères" del norte de Francia, los "Minnensinger" de habla alemana y los poetas galaicoportugueses siguieron de cerca la poesía en lengua occitana, impropiamente llamada provenzal.

Hay quien dice que los trovadores inventaron el amor romántico y la misma idea de canción profana. Tal vez sea atrevido sostener dichas afirmaciones. Sin embargo resulta fascinante leer, en traducción cercana, amenísima, de los Riquer, padre e hija, poemas de Jaufré Rudel, que canta al "amor de lonh" (=de lejos) (¿preconizando los enamoramientos vía Internet?)o de Guilhem de Berguedà, capaz del insulto más despiadado y del llanto más sincero ante la muerte...de un enemigo. Por no hablar de uno de los mejores poetas amorosos de todos los tiempos: Bernart de Ventadorn, que inspiró a Dante.

¿Qué se hizo, parafraseando a Jorge Manrique, de toda una cultura? La cruzada que Francia y Roma emprendieron contra los cátaros, mero pretexto para fagocitar un Sur rico y refinado, hizo languidecer un estilo de vida, una lengua de la que hoy se avergüenzan los que aún la conocieron en boca de sus abuelos. "Hablad limpio, hablad francés". ¿Es eso la "grandeur"?

jueves, 17 de junio de 2010

MALETES PERDUDES, DE JORDI PUNTÍ


Los estudiosos, que de sus disciplinas, cualesquiera que sean, saben un rato, afirman que al ser humano le cautiva la ficción por una cuestión de economía. Al tener una única existencia, sólo nos queda escuchar un cuento, ver una película o leer una novela para tener acceso a otras vidas y rentabilizar la nuestra. Sin embargo, la explicación más fácil es que, sea por genética o por cultura (¡vieja polémica!), nos fascine saberlo todo de unos personajes de ficción con los que podamos empatizar. Aún más: ¡a quien no le guste fisgar en la vida del vecino, que tire la primera piedra!

Nada más fácil que conectar con el Cristòfol Delacruz de la novela de Puntí, al que vamos conociendo por los testimonios y la tozudez de sus cuatro hijos (como los cuatro palos de la baraja) de cuatro mujeres de cuatro países diferentes: Cristòfol, Christopher, Christof y Christophe. No, no se trata de una antipática declinación que hay que memorizar para el próximo examen de latín. Cuatro puntales para una narración coral e indiscriminada que deja vislumbrar una Europa que, como había profetizado Dylan, estaba cambiando.

Un estilo sencillo (que no simple), próximo a la oralidad, que glosa la peripecia vital del padre común, apenas un recuerdo de colacao y papel pintado. Una trama que destila, como quien no quiere la cosa, guiños que hacen sonreír, personajes humanos en cuanto que llenos de imperfecciones y casualidades en blanco y negro que acaban convergiendo con maestría.

Puntí se muestra eficaz y ameno, y ambas cosas en grado superlativo en un panorama en que lo uno aparentemente está reñido con lo otro. Si en vez de llamarse Jordi se llamara George o Jürgen, sus libros se venderían como churros, con fajitas rojas que albergarían comentarios tan vacíos como prescindibles. "El nuevo (pongan un autor de moda, preferentemente extranjero)". "Imprescindible (añádase el nombre de un rotativo anglosajón irrelevante)".

Una pregunta retórica para acabar: ¿por qué se ignora la literatura catalana, gallega, vasca o portuguesa, se traduzca al castellano o no?

domingo, 13 de junio de 2010

EL FÚTBOL A SOL Y SOMBRA, DE EDUARDO GALEANO


Pase lo que pase y al efecto de rebajar la pasión, antes de que vengan para casa en cuartos (como siempre) y se suceda la depresión de un país entero, o traigan la Copa del mundo (como nunca) y se declare una semana entera de celebraciones, conviene deleitarse e instruirse a la vez con este libro del gran autor uruguayo, lo mejor que se ha escrito sobre fútbol.

El espíritu está claro ya en la dedicatoria inicial: para unos niños que hace años “se cruzaron conmigo en Calella de la Costa. Venían de jugar al fútbol, y cantaban: ganamos, perdimos, igual nos divertimos.” En esas cinco palabras y en las páginas siguientes se reivindica el fútbol virgen, en estado puro, no viciado por negocios ni millones. Fútbol de calle, de barrio y de barro, antes de que se impusiera “un fútbol de robots”… “tan pendiente del marketing y de los sponsors”…“que a medida que se ha hecho industria ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí”

Galeano hace un recorrido ameno y breve por la historia de los mundiales y sus protagonistas: datos, ídolos, momentos, artistas del balón, leyendas, goles, anécdotas… Lo hace con su estilo inigualable, condensado y poético; cada pequeño texto es una gran historia, cada párrafo vale por un aletargante best seller actual.

Hoy el fútbol, como todo, se está uniformando en sus estructuras e intelectualizando a pie de barra, gracias a los nocivos periodistas deportivos. Resulta enternecedor escuchar en el bar a dos expertos aficionados –valga la contradicción- discutir sobre si nos conviene más el desborde de Iniesta o la verticalidad de Cesc (parafraseando a Millás ¿qué coño querrá decir verticalidad?)

Por todo eso apetece todavía más rescatar de la estantería este delicioso libro.

martes, 8 de junio de 2010

POEMAS Y CANCIONES, DE BERTOLT BRECHT


Vivimos tiempos en los que el mundo se ha convertido en un gran teatrillo y un Estado se permite vulnerar toda norma internacional amparándose en su pretencioso título de vigía de occidente. Reiteradamente, con total impunidad y sin condena. En momentos así, bueno será volver los ojos hacia el gran dramaturgo del siglo XX, aunque esta vez la sugerencia sea acercarse a su antología Poemas y canciones (Alianza Editorial). Porque Brecht fue paradigma de intelectual revolucionario y comprometido militante, prototipos de los que hoy no andamos sobrados.

Bienvenida, pues, su poesía. Poemas actuales, desgarradores, sarcásticos, estremecedores, proféticos:
Con paso firme se pasea hoy la injusticia / los opresores se disponen a dominar otros diez mil años más.
Los de arriba / se han reunido en una sala. / Hombre de la calle: / abandona toda esperanza.
Cuando los de arriba hablan de paz / el pueblo llano sabe / que habrá guerra.
La guerra que vendrá / no es la primera. Hubo / otras guerras. / Al final de la última / hubo vencedores y vencidos. / Entre los vencidos, el pueblo llano / pasaba hambre. Entre los vencedores / el pueblo llano la pasaba también.


Igual que su obra narrativa, también sus piezas poéticas estuvieron al servicio del progreso del hombre, uniendo siempre la forma con los ideales. Forma: no fue quizá el mayor esteta de la historia de la poesía universal ni él lo pretendió; dejó dicho que “poner palabras bellas juntas no es arte”. Ideales: de condolencia con el sufrimiento de los pobres, crítica social, cambio de la sociedad, lucha contra la injusticia, liberación de los pueblos y descolonización de las mentes.

¿No se retorcerá en su tumba viendo cómo sus sueños y sus versos han sido aplastados por neoliberalismos rampantes?

Otrosí: por escribir en un blog ¿acaso seremos ya peligrosos activistas de una flotilla literaria?








viernes, 4 de junio de 2010

EL SEÑOR IBRAHIM Y LAS FLORES DEL CORÁN, DE ERIC-EMMANUEL SCHMITT




En estos tiempos que resulta tan políticamente correcto revisar, en ocasiones a la baja, los roles asociados al género (qué significa y qué implica ser padre, hija, esposo, etcétera), una fabulación lúcida, emocionante y tierna, pero al margen de toda sensiblería.


Momo (Moïse) es un adolescente taciturno que un buen día decide romper la hucha para perder la virginidad con las putas de su barrio. Su padre, un triste abogado (también un abogado triste), nunca le habla de la madre que les abandonó, sino del ausente hermano mayor, Popol. Harto del "Popol habría hecho tal y tal cosa, no como tú", Momo, ya nunca más un niño, frecuenta la tiendecita de Monsieur Ibrahim, l'arabe du quartier, a quien roba disimuladamente para alargar el dinero que el padre le escatima para comer. Con todo, Monsieur Ibrahim le instruye sobre la importancia de las cosas que aparentemente no la tienen. Como por ejemplo sonreír. El chico pregunta a su mentor de dónde obtiene esa sabiduría ancestral. "De mi Corán, Momo". El padre, abrumado por el peso de sus recuerdos, se suicida y Momo pide de inmediato al viejo tendero que lo adopte. El muchacho se convertirá, por iniciativa propia, en un nuevo Momo, hipocorístico de Mohamed, incluso para la señora que acude a casa para interesarse por él. "Si ves a Moïse, ¿le dirás que su madre ha venido a verle?" "Claro. Por cierto, señora, ¿qué sabe de Popol?" "¿Popol?" "Sí, el hermano mayor de Momo...de Moïse". "Nunca ha habido ningún Popol".


Monsieur Ibrahim y su hijo recién estrenado cierran la tienda y emprenden un viaje de retorno feliz y cargado de experiencias hacia Anatolia. Allí descubrirá Momo el sentido de las vueltas eternas de los monjes giróvagos sufís y el contenido exacto del Corán de Monsieur Ibrahim.


http://www.youtube.com/watch?v=O7bdlSNYUA0

Una historia cautivadora, sencilla y profunda al mismo tiempo, que inspiró la película homónima protagonizada por un soberbio Omar Sharif.

miércoles, 2 de junio de 2010

Nunca llegaré a Santiago, DE GREGORIO MORÁN


Primero, pedir disculpas. Perdón por el oportunismo de elegir un libro sobre el Camino de Santiago, en un Año Xacobeo, que ya son ganas de contribuir al esnobismo de tan cansino acontecimiento.
Segundo, una experiencia ilustrativa. Un “cuidador de locos” de un psiquiátrico se atrevió hace quince años con algunas etapas del Camino, con otros cuatro monitores y veinte internos. Cuenta que cuando ellos llegaban a los albergues escapaban los peregrinos como huyendo de la peste. Si ya entonces peregrinaba tanta gente pija e hipócrita ¿qué no será hoy, Paulo Coelho mediante?
Descartada, pues, la espiritualidad, solo cabe acercarse a la famosa ruta de dos maneras. Una, desde la faceta literaria pura y dura, como hiciera Carpentier narrando el recorrido con su lenguaje exuberante, esa borrachera de estilo que hace inconfundible al autor cubano (El Camino de Santiago, relato incluido en la recopilación Guerra del tiempo. Alianza Editorial). Dos, desde el aspecto digamos antropológico y naturalista. Es el caso de Nunca llegaré a Santiago (Anaya.1996). Una publicación casi inencontrable, planteada como libro de viajes por un periodista y escritor ateo que aborda el itinerario con escepticismo e ironía, con prosa ágil y certera, a veces poética, siempre amena, asomándose a la España profunda, a sus gentes y al paisaje, y desenmascarando la brutal artificialidad del Camino, desde el propio trazado hasta “…los anhelos de los propios caminantes”, pasando por la cándida falacia de la tumba del Apóstol.
Quizá por ello la burla final del autor –“…después de tanta sosería beatífica como ha soportado uno durante el Camino”- consiste en desviarse de la legendaria ruta y dar un salto en autobús desde León a Finisterre, “hacia el paganismo, desterrando la fe…”, sin llegar nunca a Compostela. De ahí el título. Prefiere finis terrae, donde durante muchos siglos terminaba nuestro mundo, para adorar “…las dos cosas más suculentas de la naturaleza; sol y pescado”. Genial.