lunes, 8 de octubre de 2012

FANTASMAS DE PIEDRA, DE MAURO CORONA


El título es muy poético, pero lo que verdaderamente resume el espíritu, el sentido y la idea del libro es el subtítulo: cuando una aldea era el mundo. Eso es lo sustancial, el gran descubrimiento de una narración que indaga en las vivencias, en la infancia, en la memoria siempre y a veces también en la leyenda para mostrar un mundo ya desaparecido, la crónica de una aldea auténtica tal como eran antes, con hombres y mujeres y hechos y anécdotas y vida de verdad. Hasta con cuatro estaciones de verdad, que son las cuatro partes en las que está estructurado este sorprendente libro.

Corona recorre casa por casa su desaparecida aldea, Erto, en el norte de Italia, para glosar lo que había detrás de cada pared ruinosa o lo que recuerda o imagina que pudo haber: artesanos y artistas, herreros, leñadores, carpinteros, jugadores empedernidos, torneros, campesinos, panaderos… Fantasmas de piedra que reviven fugaz, literariamente, siquiera mientras dura la lectura de esas páginas. Y el autor posa sobre ellos una mirada tierna, quizá nostálgica pero no melancólica, más bien reivindicativa de una época en la que “la vida bullía vivaz, serenamente (…) era una vida sencilla, esencial, entreverada de momentos de devoción y de trabajo.” Un mundo en el que, dice, no se notaba la ausencia de comodidades; era normal. Las echamos en falta desde que las hemos conocido. En aquel tiempo, dice también, “…se vivía, había alegría, gritaban los niños, jugaban, se perseguían bajo el cielo de la tarde”.

Es una lástima –se lamenta Corona, y muchos coincidimos- pero aquel viejo mundo se perdió y con él tantas cosas: la manualidad, el uso de las manos “no existen las buenas manos, las manos se hacen haciendo (…) nuestros hijos ya no saben siquiera encender la lumbre. Si se pierden en el bosque y hace frío, se mueren congelados. No saben trenzar unas varas, plantar un árbol, ni son capaces siquiera de sembrar una patata.” En fin, “historias de un microcosmos desaparecido”. Desgraciadamente, aunque esa perdición haya servido para alumbrar este precioso libro.