martes, 28 de junio de 2011

SEDA, DE ALESSANDRO BARICCO


Sucede que a veces se llega a ciertos títulos por recomendación muy favorable y entusiasta. Sucede que se elevan enormemente las expectativas y los niveles de predisposición personal. Y sucede, con frecuencia, que la lectura recomendada no alcanza finalmente el listón colocado tan alto.

Quizá este librito no tenga porqué defraudar a quien se acerque al mismo sin prejuicios. Al contrario, al parecer es lo que llaman un long-seller, un superventas continuado en el tiempo. Y seguro que hay razones objetivas para ello. Es una historia muy light: una fábula protagonizada por Hervé Joncourt, un aventurero francés buscador de gusanos de seda. Una historieta exótica y suave, fresca diríamos, breve, lírica, casi un cuento oriental. Una historia bien contada, con palabras ajustadas, entretenida, muy poética y simbolista, llena de musicalidad. También tiene algo de libro de viajes (de Francia a Japón, vale decir de occidente a oriente, y vuelta) y de historia de amor con una carta final llena de intenso erotismo, que incluso introduce mensajes pretendidamente profundos: “Era, por lo demás, uno de esos hombres que prefieren asistir a su propia vida y consideran improcedente cualquier aspiración a vivirla”. Todos los ingredientes, en fin, para un plato muy consumible.

Pero, enlazando con el principio: uno no se atrevería a recomendar vivamente este libro, ni a lo contrario. En los silencios del relato y en los espacios blancos de sus páginas, un lector –medio- verá sensiblería y otro –por debajo de medio- trascendencia.

sábado, 11 de junio de 2011

EL CORRECTOR, DE RICARDO MENÉNDEZ SALMÓN



Vladimir (así llamado por servitud ideológica del padre) es un corrector profesional que está acabando de revisar una traducción de Dostoievski. Junto a aquel asistimos, con impotencia paralela a la suya, al eco mediático suscitado por el horror del 11-M. Ojalá, es fácil concluir, se pudiese aplicar el deleátur al caos y a la barbarie enarbolados en nombre del credo que proceda. A medida que pasan las horas y que trascienden los detalles de lo que pasa en el mundo, se desgranan las circunstancias de la vida de Vlad. Por ejemplo: ¿quién corrige al corrector?. O incluso más: la relación con el editor y con su único amigo; el amor (perdido y recuperado) que siente por Zoe; el paréntesis que supuso el nacimiento del hijo que no conoce; qué decirles a sus padres o a la panadera enferma, cuyo hijo, a su vez, cuestiona la vigencia de lo que el corrector, en otro paréntesis, tal vez en otra vida, escribió...

LA BICICLETA ESTÁTICA, DE SERGI PÀMIES



El paso del tiempo y la bicicleta estática como metáfora: los pies que imprimen movimiento para no ir a ninguna parte. Pàmies se ha hecho mayor, con toda la carga semántica y existencial: de acólito de Monzó, con quien todavía comparte equipo en La Vanguardia, a adquirir voz propia y diferenciada. Los 19 relatos son otras tantas etapas de este pedalear de salón. Cierto que no lleve muy lejos, pero tal vez ahí radique su encanto. Los destellos autobiográficos que los animan adquieren el rango de categoría (casi) universal, y por lo tanto, son fácilmente reconocibles: ecos de la niñez, de la relación con los padres, de la soledad (en pareja o tal vez no)...de uno mismo, en definitiva. Alguien definió alguna vez, creemos recordar, los relatos de Pàmies en calidad de tragos cortos como los que el bebedor ocasional se dispensa para digerir mejor los recovecos de la vida.

miércoles, 1 de junio de 2011

CONFESIONES DE UN BURGUÉS, DE SÁNDOR MÁRAI


Hay que ser muy maduro y más lúcido aún para escribir a los treinta y cuatro años unas memorias así. Este grandísimo escritor lo hizo, concisa, elegante y apasionadamente, convirtiéndose en cronista de la clase burguesa húngara a la que pertenecía su acomodada familia. Pero no sólo: su libro sincero refleja además la invasión nazi y la posterior ocupación comunista de su patria, junto a su autobiografía: su vida y recuerdos, su infancia, la adolescencia y primera juventud, sus traumas y tristezas, sus emociones, sus antepasados… A ellos dedica, por ejemplo, impresionantes párrafos: “Tengo que hablar de los muertos, así que debo bajar la voz. Algunos están completamente muertos para mí; otros sobreviven en mis gestos, en la forma de mi cráneo, en mi manera de fumar, de hacer el amor, de alimentarme: como y bebo ciertas cosas por encargo de ellos. Son numerosos. No alborotan demasiado. (...) La “personalidad”, lo poco que tú mismo añades, es una nimiedad en comparación con la herencia que los muertos te dejan. Personas que ni siquiera he llegado a conocer sobreviven en mí: se ponen nerviosas, escriben novelas, albergan deseos y luchan contra sus miedos en mí.”

Márai relata también sus años de estudiante, sus lecturas y su obsesión por escribir, sus contactos con bohemios y vividores, sus vagabundeos y viajes por Europa, su vida intensa –como periodista- en Alemania (fiestas, amores, borracheras) y sus años en París en los que conoció estrecheces, incomprensión y nostalgias, hasta el punto de sentir la llamada de su propio idioma –“la patria del escritor es su lengua materna”- y regresar a Budapest. Todo eso y más cuenta Márai, con sutileza y sensibilidad literaria. Alto pensamiento. Gran literatura.