miércoles, 18 de agosto de 2010

EL TALENTO DE MISTER RIPLEY, DE PATRICIA HIGHSMITH



Los cuentos tradicionales llevan siglos acostumbrándonos al punto de vista de los buenos. A nadie le importan los celos patológicos de las hermanastras de Cenicienta o el narcisismo, también carne de terapeuta, de la madrastra de Blancanieves. Razón de más para desconfiar de parientes postizos.

Ripley es literalmente un don nadie proteico, capaz de asimilar voces, tics y maneras de vivir de otros. A través del engaño, que ha convertido en modus uiuendi, consigue un trabajo digno de Hércules: le encargan convencer al rico y pródigo Dicky Greenleave, que pasea cigarrillos y saxo por la soleada Italia, para que vuelva al redil. Ripley no ha estudiado jamás con el rico heredero, pero sabe lo bastante de la mente humana para hacerle dudar.

Se convierten en inseparables compañeros de francachelas. Ripley, celoso de la prometida de su ¿hermano?, no sólo no consigue el retorno por el que le pagan generosamente, sino que se afana por fagocitar todo lo que puede. Tiene prisa, porque es consciente que todo converge hacia el crimen necesario, lo que corrobora la sangre que viene de los lazos de sangre.

Lo que varía en este relato es la perspectiva: por fin sabemos qué siente el lobo feroz al desorientar a Caperucita, la lógica aplastante de introducir veneno en la manzana destinada a la dentadura inmaculada de Blancanieves. El malo goza de nuestra simpatía y con él aprendemos a odiar un poco a esos buenos entrometidos (la prometida de Dicky, los mismisimos carabinieri) dispuestos a truncar el sueño de Ripley.

Un lujo leer a la Highsmith en la puesta de largo de su malo, malísimo por antononomasia, magistralmente traducida en imágenes por Anthony Minghella y con Matt Damon y Jude Law como Caín y Abel. Contagioso el ritmo de Tu vuò fa' l'americano, homenaje a Renato Carosone.
http://www.youtube.com/watch?v=MXtxR1gHZIk

LA PLAÇA DEL DIAMANT, DE MERCÈ RODOREDA



El siglo XX es el siglo del cine, de la navegación aérea y de los ordenadores. Pero también del Holocausto, de Chernobil y de la Guerra Civil española. Los libros de historia, mejor dicho, de Historia, abundan en detalles: causas y también consecuencias, con la vana pretensión de la objetividad, siempre hipotecada por el color del cristal con que se mira. Para los personajes de a pie siempre quedará la ficción, supeditada a esa Historia implacable.

Natàlia, una sencilla dependienta de pastelería del barrio de Gràcia de Barcelona, asume sin más, como tantos otros cambios en su vida, convertirse en Colometa. Quimet, un galán menestral con ojillos de mono le vaticina que antes de un año se convertirá en su señora. La voz es la de Colometa, presa del mareo que viene de la mano de la libertad: la calle proclama, cívicamente, festivamente, la II República; la madre muerta no le puede aconsejar en materia amorosa y el padre, ausente o tal vez absentista, tampoco. Una voz sin estridencias, cargada de matices que se acumulan tras la profusión de y que no tienen nada de bíblico, pero tal vez algo de mítico: una mitología nueva que tiene que ver con las palomas. Coloms en catalán, como la misma Colometa.

Con el último baile del casorio, la huida hacia el hogar conyugal. Las balanzas grabadas en la pared, la cama con barrotes de hierro para fabricar un niño y el sempiterno (y apócrifo) ¡pobre Maria! Y las palomas, que remiten al revoloteo de la imaginación de lo que pudo ser y no fue. Después, como es sabido, la guerra, la revolución, el desastre, el hambre y un embudo para digerir definitivamente tanta, tanta tristeza.

Una historia en minúsculas sencilla sólo en apariencia, rica en imágenes que bastaría para situar la autora y su cultura, también en minúsculas, en el Olimpo, perdón, el olimpo de los creadores.

martes, 17 de agosto de 2010

EL HOMBRE INQUIETO, DE HENNING MANKELL



La etiqueta novela policíaca conlleva una carga semántica e iconográfica que puede arrastrar o repeler lectores a partes iguales. Con todo, quienes busquen en la serie Wallander un antihéroe casi misántropo, de hígado y pulmones castigados, irónico y sin embargo un poco quijote, no están de suerte. El comisario Kurt Wallander ataca el lado más sórdido de la sociedad sueca desde su imperfección humana y enternecedora. Un policía bragado que tiembla al sacar la pistola, a quien le duelen las muelas y que vuelve en taxi a su apartamento solitario cuando se emborracha. Nadie más lejos del macho gélido e invulnerable tipo Die hard, Lethal weapon y sus secuelas, tan vacías de contenido como inexpresivos son Bruce Willis y Mel Gibson.

Henning Mankell creó la serie del comisario Wallander a principios de los 80. Cada una de sus entregas trasciende el ámbito meramente criminal y apunta hacia alguna de las grandes cuestiones finiseculares. Desde el difícil encaje de las repúblicas exsoviéticas de Los perros de Riga al fundamentalismo religioso, cristiano (por aquello de saber ver la paja en el ojo ajeno pero también la viga en el propio) de Antes de que hiele. Sin el tremendismo ni la sordidez innecesaria de su epígono Larsson (Stieg) con la trilogía Millenium.

El autor mantiene un compromiso ético con el mundo que le lleva a vivir a caballo de dos continentes: la Europa del bienestar amenazado (tal vez por la autocomplacencia encegadora) y el África desahuciada, llena de esperanza pese al sida, el hambre y la codicia del llamado Primer Mundo. De ahí que entone el J'accuse al denunciar en primera persona la actuación israelí contra la flotilla humanitaria que se dirigía a Gaza. O que, pese a los millones de libros vendidos en todo el mundo (o tal vez a causa de) dirija una compañía de teatro en Mozambique.

El hombre inquieto supone una inmersión metafórica y real en el pasado inmediato de Suecia, tomada como trasunto de cualquier sociedad avanzada. Sus párrafos finales suponen un colofón, bellísimo y terrible al mismo tiempo, de la trayectoria del primer detective de ficción diabético e insomne.

Si el sueño de la razón produce monstruos, las páginas de Wallander, plagadas de ellos, impiden el descanso.

viernes, 13 de agosto de 2010

EL PAÍS DE LOS CUENTACUENTOS, DE DARIO FO


Delicioso librito de memorias. Película de los primeros años del autor, con algunos episodios finales de su madurez y de su peripecia en la Segunda Guerra Mundial.

El título está dedicado a los personajes más fascinantes del lugar en el que pasó su infancia, en Porto Valtravaglia (norte de Italia, frontera con Suiza). Los cuentacuentos, cómicos y fabuladores que “con su lenguaje y sus historias marcaron de forma indeleble mis futuras elecciones y mi manera de juzgar hechos y personajes fantásticos y reales”. Como su abuelo Bristín, un maestro del “contar” y del que aprendió el arte de la bufonería y de la sátira y de la fabulación y de lo grotesco que luego Fo aplicó en sus oficios de actor, director y escritor. Con el abuelo protagoniza una jornada inolvidable en la que le enseña a mirar no solo con los ojos, también con la nariz, a husmear, oler y palpar para descubrir el carácter, la personalidad, las emociones de la gente.

No será, sin duda, la autobiografía más lograda pero es muy agradable de leer, divertida y ácida a la vez, llena de humor, ironía y ternura, que bucea en territorios transitados de la infancia del autor. Un cuento más de un gran narrador popular.