martes, 5 de junio de 2012

DIARIO DE INVIERNO, DE PAUL AUSTER


Cambio de género aunque no de estilo. Cambio de registro en el aclamado y prolífico Auster: de la ficción al diario, a la memoria, a la autobiografía. Esta vez, su libro es una mirada serena y optimista a lo que ha sido su vida, ahora que entra en el (invierno) tramo final, al menos en el último cuarto, cuando se da cuenta de que ya no es joven y “…los dolores son sin duda más persistentes y obstinados”.

Auster hace inventario de sus peripecias, ya desde niño: golpes, sustos, dolores, peleas, enfermedades, cicatrices, experiencias, viajes… incluso de un par de docenas de domicilios en los que vivió, descritos con detalle excesivo aunque explicable en un escritor (que debe aislarse, vivir mucho tiempo en casa). Y también habla de su gente, padres, esposas, hijas y, sobre todo, de la suerte del amor, de la suerte de su actual mujer, la persona más importante en su vida y que quizá explica ese tono final esperanzado del libro.

Diario deslavazado pero interesante, con reflexiones sobre el miedo a la muerte, la angustia de envejecer o la nostalgia del tiempo pasado pero también con divertidos brindis, por ejemplo, al tabaco y al alcohol, placeres personales que nunca piensa abandonar. Un libro que tal vez gustaría de firmar todo escritor al llegar a cierta edad y que es a la vez un poco circular: comienza así “Tus pies descalzos en el suelo frío cuando te levantas de la cama y vas a la ventana. Tienes seis años”, y termina con “Tus pies descalzos en el suelo frío cuando te levantas de la cama y vas a la ventana. Tienes sesenta y cuatro años”. Sólo que ahora, al final, se pregunta: “¿cuántas mañana quedan? Has entrado en el invierno de tu vida.”

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