
A desvelar el gran enigma de la muerte y a reflexionar sobre el sentido de la vida se entrega de lleno esta triste, dura y pequeña obra maestra. Lo hace a través de un juez ruso, Ivan Ilich, que presiente su final y repasa las etapas de su vida: su ascenso social, su vida marcada por la soledad y las mentiras, su enrarecido ambiente familiar, la revisión de los valores propios… Lo sorprendente es que en pocas páginas aparecen planteados muchos temas y consideraciones tan vigentes hoy: el dolor moral (no sólo físico), el estado depresivo, el desamparo ante la enfermedad, la deshumanización de los médicos, la hipocresía y falsedad del entorno, el olvido de familiares. De modo que la agonía del personaje se convierte, a lo largo del relato, en nuestra propia angustia, y su enojo en el nuestro, y -ahora que cada vez con más frecuencia nos enfrentamos con algún caso cercano de calvario, de abismo, de drama insalvable- sus preguntas también se convierten en las nuestras (“¿porqué todos estos padecimientos? ¿a qué viene todo este horror?”)
Chocante la burla (y máxima a la vez) de que finalmente Ivan Ilich sólo encuentre consuelo y apoyo en su sirviente, un mujik campesino y simple pero que representa (en contraste con familia y amigos) al único ser noble, puro, sincero y con una vida en armonía con la naturaleza, “la única digna de ser vivida”.
Si leer fuese comer, tú serías un sibarita. Me sorprende siempre la elección de tus lecturas. Tengo dos reseñas preparadas. A ver cuándo encuentro el tiempo y sé vencer la pereza de este día gris de campaña electoral para divulgarlas al "mundo mundial". Un abrazo. JB
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