sábado, 16 de julio de 2011

SONATA DE ESTÍO, DE VALLE-INCLÁN


Escojamos esta sonata, de entre las cuatro, simplemente porque es verano. Sin más.

He aquí las memorias del Marqués de Bradomín, en las que se narra el encuentro y la conquista del marqués donjuanesco (“feo, católico y sentimental”) con la joven criolla Niña Chole, y poco más. Memorias también de un viaje por México. El estío se corresponde con la plenitud del marqués, en la flor de vida (juventud, madurez y vejez eran las sonatas de primavera, otoño e invierno, respectivamente)

La singularidad del libro es que describe (¡y cómo las describe!) las dotes seductoras del marqués, un dandi sobrado y vanidoso, desplegadas con la Niña Chole, mestiza voluptuosa, bella y sensual. El amor entre ellos es carnal, no romántico, es pasión y casi pecado: hay incesto, libertinaje, traición, adulterio, muerte y hasta irreverencia religiosa, pues mientras consuman su relación dobla una campana a muerto en un convento (“Mis manos, distraídas y doctorales, comenzaron a desflorar sus senos. Ella, suspirando, entornó los ojos, y celebramos nuestras bodas con siete copiosos sacrificios que ofrecimos a los dioses como el triunfo de la vida.”) Y tras la traición, reencuentro. Cuando su amorío se reanuda, Bradomín confiesa (y el libro acaba) “pobre Niña Chole, después de haber pecado tanto, aún no sabía que el supremo deleite sólo se encuentra tras los abandonos crueles, en las reconciliaciones cobardes. A mi me estaba reservada la gloria de enseñárselo (…) Desde entonces compadezco a los desgraciados que, engañados por una mujer, se consumen sin volver a besarla.” Ese es siempre el tono, frívolo pero elegante.

Todo el libro es verdadero culto a la forma: plasticidad, ritmo, léxico exquisito, riqueza en imágenes, estética casi poética. En suma, puro estilismo.

Escojamos a Valle simplemente porque era un preciosista. Sin más.

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