Un relato descarnado sobre las consecuencias de situar el afán de enriquecimiento por encima de todo. David Golder es un hombre maduro, hecho a sí mismo, judío errante cuya única patria es la especulación y el dinero resultante a cualquier precio. Asistimos de cerca a su descenso a los infiernos, que arranca con el suicidio al que induce a su mejor amigo y socio, y que se complica con una enfermedad. Golder es por fin consciente que el cansancio, el desengaño y los remordimientos, en una proporción tan dañina como difícil de precisar, acaban pasando factura. Acompañamos al héroe solitario, pese a vivir rodeado de acólitos, parásitos y asesores, a lo largo del viaje definitivo.
Primera etapa: de París a Biarritz. A Némirovsky, rica judía ucraniana en el exilio, no le duelen prendas a la hora de mostrar el trasfondo oscuro e inhumano, miserable en última instancia, que susyace en determinado tren de vida. Golder, pese a su deterioro patente, deberá renovar en incómodos plazos el amor de su hija diletante y el respeto de la esposa que acoge a su amante español bajo el techo común.
Segunda etapa: retorno a París, más solo que antes, si cabe. Golder intenta recuperar un amigo, arquetipo de la avaricia, y sobre todo reflotar su imperio, lo que implicará la vuelta a sus orígenes y el reencuentro con él mismo en la tercera y última etapa.
El contexto económico actualiza novelas de este calado, aunque sólo sea por aquello de que la Historia se repite. Consecuentemente, si algo hemos aprendido de ésta, pongámonos a temblar por lo que vino después de la Belle Époque.
Némirovsky, asesinada en un campo de exterminio, trata una temática similar, pero con la contundencia y tal vez la crueldad de la nouvelle en El baile.
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