viernes, 12 de agosto de 2011

DAVID GOLDER, DE IRÈNE NÉMIROVSKY



Un relato descarnado sobre las consecuencias de situar el afán de enriquecimiento por encima de todo. David Golder es un hombre maduro, hecho a sí mismo, judío errante cuya única patria es la especulación y el dinero resultante a cualquier precio. Asistimos de cerca a su descenso a los infiernos, que arranca con el suicidio al que induce a su mejor amigo y socio, y que se complica con una enfermedad. Golder es por fin consciente que el cansancio, el desengaño y los remordimientos, en una proporción tan dañina como difícil de precisar, acaban pasando factura. Acompañamos al héroe solitario, pese a vivir rodeado de acólitos, parásitos y asesores, a lo largo del viaje definitivo.

Primera etapa: de París a Biarritz. A Némirovsky, rica judía ucraniana en el exilio, no le duelen prendas a la hora de mostrar el trasfondo oscuro e inhumano, miserable en última instancia, que susyace en determinado tren de vida. Golder, pese a su deterioro patente, deberá renovar en incómodos plazos el amor de su hija diletante y el respeto de la esposa que acoge a su amante español bajo el techo común.

Segunda etapa: retorno a París, más solo que antes, si cabe. Golder intenta recuperar un amigo, arquetipo de la avaricia, y sobre todo reflotar su imperio, lo que implicará la vuelta a sus orígenes y el reencuentro con él mismo en la tercera y última etapa.

El contexto económico actualiza novelas de este calado, aunque sólo sea por aquello de que la Historia se repite. Consecuentemente, si algo hemos aprendido de ésta, pongámonos a temblar por lo que vino después de la Belle Époque.

Némirovsky, asesinada en un campo de exterminio, trata una temática similar, pero con la contundencia y tal vez la crueldad de la nouvelle en El baile.

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