domingo, 6 de febrero de 2011

THOMAS PYNCHON: UN ESCRITOR SIN ORIFICIOS, DE RUBÉN MARTÍN G.



Un librito heterodoxo e iconoclasta en el sentido etimológico de ambos términos. En primer lugar, por articular un pensamiento que se sitúa voluntariamente al margen y, acto seguido, por dar forma a una diatriba llevada al extremo. En este aspecto último, forma y fondo se dan la mano: sólo se puede poner en entredicho un autor elitista con un manifiesto que en muchos pasajes resulte difícil de seguir. El título mismo se nos antoja una metáfora picante que tal vez aluda coloquialmente a lo arduo que resulta entender al escurridizo norteamericano. Vamos, que no haya por donde cogerlo, expresión que resulta, ironías del lenguaje, malsonante en español de Sudamérica. Pynchon se ha ganado a pulso fama de hermético, dinamitando las barrera entre los géneros. La postmodernidad era, entre otras cosas, eso mismo: cata difuminada con notas de epistolario, hagiografía, ensayo y panfleto. El punto de partida es un conflicto paralelo a propósito de la identidad del escritor de culto y la del autor de la, llamémosle así, apología. Así transcurren las páginas, siempre con la duda a flor de piel, como si estuviéramos en una performance en que, embadurnados hasta las cejas, nos preguntásemos si lo que vemos va en serio o en broma. O tal vez ninguna de las opciones anteriores, a tenor de las ilustraciones inquietantes.

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