viernes, 23 de diciembre de 2011

SIN BLANCA EN PARÍS Y EN LONDRES, DE GEORGE ORWELL



Apetece recuperar un libro acorde con estos tiempos en que se nos quiere inculcar la penuria. ¿Había alguna regla tácita que impedía repetir autor? No lo sabemos.

Orwell asume voluntariamente la aventura de la indigencia. Primero en París, ciudad en la que se ha quedado, de un día para otro, sin las miserables clases de inglés que le permitían comer algo tres veces al día. Serán tiempos durísimos de sobrellevar: tiempos de burlar a los implacables caseros, de empeñar hasta la ropa para comprar pan y tabaco, y sobre todo, de recorrer la ciudad inhóspita de punta a punta por ofertas de trabajo falsas, engañosas o que rozan la esclavitud.

El autor lo asume sin hacerse excesiva mala sangre, sin protestar siquiera, con tal que tenga un amigo para compartir un pitillo y sueños sobre un trabajo que les dé de comer caliente y les permita emborracharse religiosamente cada sábado por la noche.

Nos adentramos en una galería de personajes pintorescos, venidos a menos, hedonistas de baratillo, soñadores e incluso irreductiblemente idealistas y entusiastas, tocados, eso sí, por un halo de dignidad que la mugre y la indiferencia logran apagar.

Cuando en un golpe de suerte Orwell consigue volver a su país, se enfrenta exactamente con el mismo destino de paria. Porque nadie es profeta en su tierra. La diferencia, según confiesa, es que en París los clochards pueden estar tirados por el suelo, delito inconcebible en la capital del ya agonizante imperio británico.

Y al acabar la lectura, sin un presente resuelto, con un futuro que le llevará a luchar en nuestra guerra civil, en el frente de Aragón (1937), nos queda la duda de cuántos orwells, indignados o simplemente desesperados, patean sin blanca, tal vez sin expectativas, nuestras ciudades en este mismo instante.

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