miércoles, 2 de junio de 2010

Nunca llegaré a Santiago, DE GREGORIO MORÁN


Primero, pedir disculpas. Perdón por el oportunismo de elegir un libro sobre el Camino de Santiago, en un Año Xacobeo, que ya son ganas de contribuir al esnobismo de tan cansino acontecimiento.
Segundo, una experiencia ilustrativa. Un “cuidador de locos” de un psiquiátrico se atrevió hace quince años con algunas etapas del Camino, con otros cuatro monitores y veinte internos. Cuenta que cuando ellos llegaban a los albergues escapaban los peregrinos como huyendo de la peste. Si ya entonces peregrinaba tanta gente pija e hipócrita ¿qué no será hoy, Paulo Coelho mediante?
Descartada, pues, la espiritualidad, solo cabe acercarse a la famosa ruta de dos maneras. Una, desde la faceta literaria pura y dura, como hiciera Carpentier narrando el recorrido con su lenguaje exuberante, esa borrachera de estilo que hace inconfundible al autor cubano (El Camino de Santiago, relato incluido en la recopilación Guerra del tiempo. Alianza Editorial). Dos, desde el aspecto digamos antropológico y naturalista. Es el caso de Nunca llegaré a Santiago (Anaya.1996). Una publicación casi inencontrable, planteada como libro de viajes por un periodista y escritor ateo que aborda el itinerario con escepticismo e ironía, con prosa ágil y certera, a veces poética, siempre amena, asomándose a la España profunda, a sus gentes y al paisaje, y desenmascarando la brutal artificialidad del Camino, desde el propio trazado hasta “…los anhelos de los propios caminantes”, pasando por la cándida falacia de la tumba del Apóstol.
Quizá por ello la burla final del autor –“…después de tanta sosería beatífica como ha soportado uno durante el Camino”- consiste en desviarse de la legendaria ruta y dar un salto en autobús desde León a Finisterre, “hacia el paganismo, desterrando la fe…”, sin llegar nunca a Compostela. De ahí el título. Prefiere finis terrae, donde durante muchos siglos terminaba nuestro mundo, para adorar “…las dos cosas más suculentas de la naturaleza; sol y pescado”. Genial.

1 comentario:

  1. ..y donde el autor ha tomado partido de antemano, la neutralidad no existe, quizás solo la convicción, y también dudosa. El ¿qué hago yo aquí? es una continua en el relato del autor: lo eclesial le espanta, no así los monumentos de los que hace buenos comentarios cuando son de su agrado estético. Su camino es una queja con humor.

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