domingo, 3 de octubre de 2010

FAHRENHEIT 451, DE RAY BRADBURY



Una ficción científica (verdadera traducción de science fiction, según el filólogo Adrados) que data de mucho antes de la pretendida muerte anunciada del libro impreso a manos del e-book.

En un futuro que tal vez sea el nuestro los bomberos no extinguen incendios, sino que atienden otro tipo de alarmas. El gobierno, concienciado del peligro y la infelicidad resultantes de la ficción novelesca y del pensamiento impreso (ni nadie habla así ni hay un acuerdo unánime para remitirse a la realidad), prohíbe la tenencia, el comercio y el consumo de libros. La purificación de los delitos relacionados con la letra impresa sólo puede llegar con el fuego, público y ejemplarizante, administrado por el probo cuerpo de bomberos.

Montag es el bombero ejemplar que no cuestiona el orden vigente hasta que conoce a una mujer muy diferente de la suya, que le inocula el virus de la duda. La señora Montag, sin embargo, cumple todas las exigencias del buen ciudadano: seguimiento fiel de la televisión, consumo moderado de drogas, nulo ejercicio del raciocinio y repugnancia ante los libros.

En una intervención poco heroica, Montag se horroriza de que una anciana prefiera arder con su biblioteca. Para entender su sacrificio, el bombero roba un libro que interpreta con dificultad. Luego, producto del encuentro con otras voces, vendrán más y, como era previsible, la denuncia de su propia mujer. Nobleza obliga.

La Historia nos enseña que la quema de libros es el paso previo a la inmolación de personas, léase autos de fe, Kristallnacht o fanáticos de la Biblia y del revólver más propios de un episodio de Los Simpson.

La versión cinematográfica de François Truffaut (1966), pese al tiempo transcurrido y las diferencias con el texto de la novela, acepta, como los buenos libros, una segunda (y una tercera) revisión.

El título se refiere a la temperatura a la que arde el papel.

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